
GASTRONOMÍA. En la costa de Santa Eulalia se encuentran una serie de chiringuitos que convierten el encuentro entre la tierra y el mar en un suculento reclamo gastronómico y turístico. Se localizan en abundantes rincones, sobre la arena o la roca, y los hay para todos los gustos. Comparten un estilo rústico y una selección de diversas delicias, que van desde las más formales en forma de completo menú o suculentas raciones a las incondicionales con nombre de pizza o bocadillo. Mayormente, prima en todos ellos el producto de mar, recién obtenido de las cálidas aguas ibicencas. Y se distinguen en que cada uno apuesta por una oferta distinta, cuenta con su público particular (nacionales y extranjeros) y una ambientación que redondea su idiosincrasia. Pueden ser visitados a pie o en barco, y enriquecen la propuesta gastronómica con una idea más informal, pero igualmente veraniega y apetecible. Algunos son independientes y otros forman parte de un pequeño holding familiar. El inconveniente es que algunos solo admiten moneda sonante. Todos disfrutan de un gran número de chiringuiteros en temporada. Es posible cerciorarse en ellos de alguna tendencia, como el rollo surfero, el gorro de cowboy o las gafas de pasta onda Pulp. En ellos, todo vale: cubiertos, palillos o las manos; incluso chuparse los dedos. En algunos suena alguna sintonía bailable. El tirón de estos establecimientos, que por suerte nada tienen que ver con los beach club, se traduce cuatro palabras: la fiebre del chiringuito.
POU DES LLEÓ
Cazuelas de calamar y surf
El recorrido comienza en una calita de la punta d´en Valls cercana al saliente que culmina la torre Campanitx, una construcción en piedra que sirvió de vigía en tiempos púnicos, cuando la isla hizo frente a las amenazas fenicias. Es posible tomarse aquí unos mejillones al vapor o una sabrosa cazuela de calamares contemplando las casetas de pescadores, las sombrillas y los barcos fondeando de ida y vuelta a la vecina isla de Tagomago; con suerte, es posible ver algún llaüt, la típica embarcación ibicenca. El Pozo del León (Es Pou des Lleó) es el nombre histórico de este rincón cargado de leyendas míticas. El entorno marinero envuelve sus aguas cristalinas donde es fácil abandonarse al esnórquel. Pero lo más vistoso es su estructura de madera en forma de cubículo con techumbre de madera y paja. Unas escaleras invitan a subir a una plataforma que culmina al frente con un mostrador, donde avezados camareros manejan los platos con pericia. La carta se incrusta en un pedazo de madera y del techo cuelga una tabla de surf invertida; más allá, un flotador incrustado. En la carta hay desde patatas bravas (a 7 euros) a unas gambas al ajillo y unas zamburiñas que rondan los 18 y 22 euros. Sirven pescado del día (lubina, dorada, sardina, atún) y entrecot con patatas fritas. El plato más friqui es el pulpo con hummus, albaricoque y cherry a la plancha. El menú infantil (a 12 euros) ofrece fingers de pollo y hamburguesas. Aparte, hay croquetas, nachos y ensaladas como la de tomate, pesto y burrata, que hoy es plato del día y por eso se pinta con tiza en la pizarra, junto a las comandas de papel atrapadas con pinzas, a un lado de la barra. En las mesas rústicas, público diverso pasa un buen rato entre música ambiente. Para beber, vinos blancos, tintos, «naturales» y opción a mojitos o sangrías de cava, con hielos y cubiteras. Hay turistas españoles bien y un holandés con rastas. «Este lugar es como el bar del pueblo, pero frente al mar», espeta una animada asidua, vecina de Formentera. Más arriba están el delicioso restaurante familiar Pou des Lleó, conocido por sus exquisitos arroces, y que acoge una exótica terraza, y el hostal homónimo con 16 habitaciones donde alojarse en la calma. Una popular tríada que una familia puso en marcha en 1965. Más allá, acantilados de sueño donde caminar o hacerse algún selfie. El place to be del chiringuito se vive en la tarde de los domingos.
CALA BOIX
Tortillas entre rocas
Descendiendo sobre el mapa en dirección a Santa Eulalia, en el otro extremo del cuello de botella que culmina la Punta d´en Valls, se encuentra Cala Boix, una playa familiar precedida por un gran entramado rocoso donde se asienta un chiringuito particular. Aquí lo típico es la tortilla española con cebolla y un punto de guindilla. «Nada es preparado. Todo se hace al momento», afirma Carmen, su cocinera. Abrió en 2019, en época de pandemia y hoy es «un clásico total», asegura la artífice de las famosas tortillas de Cala Boix. Lo frecuentan familias españolas con niños, y también podría ser ser un fiel espectro del turismo internacional a pequeña escala, con algún turista alemán, francés, inglés o italiano que huya de las tendencias. También elaboran pizzas con pimiento rojo y verde a precios razonables. Se han mantenido en la onda sin sintonía musical. «El chunda chunda ya está en Playa d´en Bossa», asegura Carmen. «Esta es la auténtica Ibiza, la que no sale en la televisíon», apuntilla. La cuesta de bajada desde el aparcamiento (con vistas) y las escaleras de acceso al chiringuito encalado en la roca, con apenas cinco mesas, no son aptos para aprensivos a las caídas. Con todo, casi siempre llena. También la playa, y conviene ir pronto para encontrar sitio donde poner la toalla o el pareo.
CALA LLENYA
Bocatas y hamacas en familia
En 1.968, en plena época hippy, la familiar Marí Torres abrió este esbablecimiento a pie de playa, en Cala Llenya, una de las más bonitas y exóticas. Desde entonces, apenas han cesado de trillar la arena con el rastrillo en la madrugada, para dejarla bien peinada. Hoy lo regentan los dos hijos del matrimonio dueño del local, Pepe y Esteban. Caminan descalzos por la arena del chiringo a la zona de las mesas. Es un delirio verlos trabajar y compadrear con la clientela. Dicen que, en los alrededores, un 90% de las viviendas son de propietarios alemanes, y que hay cerca del millar en los alrededores de la cala. En el chiringuito de Cala Llenya es posible deleitarse con bocadillos (no precisamente baratos, desde los 9 euros), pizzas, sándwiches y paninis. Además de helados o licores, bebidas y combinados. Teniendo en cuenta que la capacidad de la playa en temporada es de unas 800 personas, además de las hamacas. «No se trata del servicio que tienes que dar o el dinero que tengas que ganar, tienes que dar de comer. Y eso es una responsabilidad», cuenta Pepe, uno de los dos hermanos, con camisa abierta. «A nosotros nos va la batalla rápida», añade con una sonrisa de oreja a oreja. La estructura del chiringuito destaca por su techumbre de paja y fibra de coco. Tienen unos 10 chavales trabajando. «Ibiza es lo que es porque empezamos a trabajar en las playas», continúa Pepe. «Ese es el atractivo que tenía Ibiza, no las discotecas ni los beach clubs», remata, entre demanda de comanda y comanda. Más allá, las mesas abarrotadas se nutres de menús playeros, con pescados y ensaladas. Muestran una foto en sepia que guardan de sus padres, hecha en los años 70, donde se aprecia la ubicación original del chiringuito, ahora más desplazado por la ley de playas. «Nuestro padre sacaba la basura con un carro y una mula», recuerdan. Hoy pinchan las colillas con el cambero, una varilla que también sirve para espetar pescado. El tiempo pasa, pero las costumbres permanecen.
CALA NOVA
A la sombra de una caseta
Cala Nova es una de las playas más bellas que acoge la costa de Santa Eulalia. Especialmente, hacia el final, donde una zona de suave arena acoge un mar transparente en calma. Allí se asienta el chiringuito de Cala Nova, que acoge todo tipo de público y ofertas socorridas a buen precio. Otros cuatro establecimientos salpican este bello arenal, respetando su esencia y entorno. Destaca Aiyanna, en mitad de la playa, donde en su terraza, una serie de extranjeros cenan pronto entre platos de pescados, ensaladas y mariscos, y algún que otro selfie. Suena música chill bajo las coloridas sombrillas circulares tailandesas. Es posiblemente, uno de los locales más bonitos de la zona. En el otro extremo, allá en lo alto, el restaurante de Atzaró sirve platos mediterráneos desde 15 euros con vistas a toda la cala. Tienen menú para vegetarianos y niños. Suena música de flamenco española. Es posible fotografiarse sobre una antigua e inconfundible barca anclada a pocos metros, con bonitas vistas.
SIESTA
El rincón del fin del mundo
Hay un camino que parte desde la desembocadura del río de Santa Eulalia que conduce a la urbanización Siesta. Bordea el mar en forma de pequeños acantilados y recorrerlo invita a pensar en una de las zonas más bellas de esta costa. Permite una caminata de unos dos kilómetros, topándose con alguna calita, que culmina en el quiosco Siesta, una pequeña estructura de madera que en su interior acoge propuestas en forma de sándwiches, bocadillos y refrescos, con precios que parten de los 6 euros. Lo rodean algunas sillas y mesas en la tranquilidad más absoluta, donde parece uno haber llegado al fin del mundo. Una sensación única.
> OTROS REFERENTES CON SABOR
Otros chiringuitos para tomar nota son los de Kioscu, en Cala Mastella, en cuyo restaurante vecino es posible probar uno de los mejores bullit de peix. También, Es Colomaret, en Es Canar, cerca del mercado hippy de Punta Arabí, o el de acogedor Sa Punta, bajo las sombrillas, en el límite con Ibiza. El de Cala Olivera, en Jesús, situado en una calita idílica, no ha abierto esta temporada. En todos ellos es posible encontrar una apuesta particular (pescados, arroces…). Prueba de ello da también la inquieta y divertida influencer gastronómica @gorteamfood en sus vídeos, en los que visita chiringos ibicencos por toda la isla. Conviene rascarse algo el bolsillo, pero sobre todo, lanzarse a descubrir el horizonte con algún mapa y un vehículo, solos o acompañados, porque nuestra ruta por Ibiza aún no está escrita.
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