TURISMO. La capital de Ibiza está de moda. Su nombre propio, Ibiza ciudad, evoca un punto de encuentro, cruce de caminos, lugar de conquistas en tiempos de los fenicios… Con su encanto seduce cada año a miles de residentes y turistas. Cuenta con un importante patrimonio cultural, que invita a deleitarse con su belleza bajo el esplendor de la luz del Mediterráneo balear. Acoge cientos de bonitos establecimientos donde realizar compras de ropa o accesorios; animados restaurantes y terrazas pueblan sus avenidas y callejones, dentro y fuera de la muralla que contiene la parte antigua de la ciudad o Dalt Vila, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1999. Sus baluartes permiten románticas vistas y ensoñaciones. Bienvenidos a Ibiza city.
Adentrándose a pie en la mañana en la Dalt Vila por la puerta de Ses Taules llegamos al baluarte de Santa Lucía, hoy un mirador desde el que descubrir las dos Ibizas. Antiguo enclave defensivo y hoy una explanada con cañones y vistas a la ciudad antigua, se divisa el puerto de la Marina en forma de U y en todo su esplendor, surcado por modernas embarcaciones sobre el mar. De un lado, se divisa el entresijo de modernas construcciones donde se asientan hoteles y discotecas cuyos rótulos lanzan reclamos con luminiscencia al caer la tarde. De este lado, el humilde barrio pesquero de Sa Penya, con sus gentes sentadas a la puerta de casa, entre estrechos callejos y azoteas desnudas al sol. Sobre el acantilado en el que nos encontramos, las olas rompen allá abajo en un intento de acelerar el pálpito del turista que contempla la estampa. El reccorido continúa explorando los museos y palacetes de la Dalt Vila alta, recorriendo sus empedradas calles con sabor a batalla en esta mezcla de medina árabe y ciudad cristiana.
Museos, palacetes y una catedral
El recorrido puede continuar visitando el Museo Puget (Mayor, 18) un sobrio y delicioso edificio de estilo gótico catalán del siglo XV que acoge 130 obras pictóricas de Narcís Puget Viñas y su hijo Narcís Puget, donadas al Estado por la familia. Su colección permanente la componen una serie de óleos y acuarelas de estilo costumbrista que recogen paisajes y escenas de la vida cotidiana en la isla hace más de cien años. Además, acoge una muestra temporal de la artista finlandesa Anita Snellman (hasta el 10 de noviembre), que vivió en la isla y pintó influída por Picasso y Cézanne. Vino en busca del sol en los años 50, compró una finca en San Carlos y vivió rodeada de naturaleza y animales. Los ventanales del museo se abren recibiendo una suave brisa, evocando aquel momento, y enmarcan un paisaje natural de construcciones impolutas de cal sobre el fondo marino.
Otra parada de interés es el vecino Centro de Interpretación Madina Yabisa (Mayor, 2), que apuesta por la tecnología audiovisual para contar, a modo de recorrido, la historia de la ciudad, mayormente de su época islámica. Hay un estupenda maqueta que detalla todos los puntos de interés en la Dalt Vila, incluidos sus baluartes, como los de Sant Pere y Sant Jaume. Y es que, aunque apenas conste en las guías, Madina Yabisa es el nombre que recibió la isla de Eivissa durante la dominación musulmana, siendo una de las ciudades más importantes en la Edad Media. Es un topónimo que procedía ya de los fenicios y que derivaría luego en Ebusus, durante el periodo romano. De ahí a la época cristiana y, dando fe de ello, está la Catedral de la Virgen de las Nieves, en la Plaza de la Catedral, a unos metros. Es el punto culmen de la ciudad, visible desde diversos puntos en la lejanía. También de estilo gótico catalán, se construyó sobre la antigua mezquita de Yebisah. Data del siglo XIII aunque en el XVIII su interior se rehizo en estilo barroco y acoge en el altar mayor la imagen de la patrona de Ibiza, la Virgen de las Nieves. Algo que pocos saben. Unos pasos nos permiten llegar a la Plaza del Ayuntamiento para contemplar el saliente de Sa Penya y su entorno marino. Lugares ilustres, como la Casa Colom dedicada a la historia de Cristóbal Colón (Sant Ciriac, 12), anexa a la Capilla de San Ciriaco (en el 8), esconden secretos en el recorrido de estrechos callejos y patios de fotografía coronados de vegetación. Del siglo XIV, la gestiona la Asociación Cristóbal Colón de Ibiza, que defiende el origen pitiuso del conquistador de América. Conserva documentos recopilados por el impulsor de esta teoría: el historiador y periodista local Nito Verdera, y puede visitarse (3,50 euros).
En el barrio marinero, otro lugar de interés es el sorprendente museo Casa Broner (Travesía de Sa Penya, 15), diseñada por el arquitecto y pintor alemán Erwin Broner en 1960, alumno de Le Corbusier. Se exilió durante la Alemania de Hitler y su influencia fue clave en en el desarrollo de la arquitectura racionalista en Ibiza. Vivió allí, y hoy sirve como centro de exposiciones. De regreso a la parte baja de la Dalt Vila, invita a una parada la fachada del exclusivo hotel de La Torre del Canónigo (Joan Roman, 1), que esconde un restaurante de cocina mediterránea y nikkei, El Corsario, y una terraza con vistas. Bajamos dejando atrás el bello conjunto cultural, y el Museo Arqueológico (ahora cerrado por obras).
Arte contemporáneo y ceviches
Descendiendo entre escalones, rampas y callejuelas empedradas de nombres ilustres y otros extraídos del santoral, descubrimos el entramado histórico contenido en la muralla y custodiado por seis baluartes que servían para otear al enemigo en tiempos de guerra. Atravesando la Plaza de España, ya en la parte baja, centro neurálgico de turistas y terrazas, nos dirigimos a otra joya, el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza (MACE), esencialmente blanco y de formas rectilíneas. Reabrió en 2012 tras años de obras por los restos arqueológicos allí encontrados. Desde los 60, tomó impulso con 1ª Bienal de Ibiza de 1964 y es uno de los centros de arte contemporáneo más antiguos de España. Una delicia de museo que acoge arte de vanguardia en sus tres plantas y la impactante y bucólica exposición de Santi Moix (hasta el 15 de noviembre), que decora la planta alta a modo de bosque de colores, con altos tallos y flores que se inspiran en la fauna y la vegetación ibicenca. Merece la pena empaparse de su frondosidad.
De vuelta en la plaza, un piscolabis en alguna de sus animadas terrazas (también en la noche), o bien un ágape en Cervitxef (Sa Carrosa, 19), nueva terraza para degustar un plato de ceviche, como aperitivo, en una avenida en rampa que sale de la plaza y conduce a un romántico rincón recóndito y bucólico de la Dalt Vila presidido por el rictus en bronce del célebre sacerdote e intelectual Isidor Macabich, eternamente sentado en un banco, con sotana, sombrero y un libro. Entrente, está el restaurante Majorelle (en el 15) y, seguidamente, el delicioso hotel boutique La Ventana (en el 13). Una buena opción para quedarse a dormir, con vistas a la muralla y un restaurante italiano en la zona de acceso. Más allá queda el exclusivo La Scala (en el 7), que se esconde bajo una pérgola frondosa y multiplica su romanticismo en la noche. Al caer el mediodía y subir las altas temperaturas, la solución más inteligente es interrumpir el recorrido para bañarse en alguna cala y volver a media tarde.
Brillos y espalda al aire
De regreso en la ciudad, para realizar las mejores compras hay que dirigirse a las calles aledañas al Mercat Vell (Mercado Viejo, en ibicenco), a los pies del Portal de Ses Taules (uno de los accesos a la Dalt Vila), el primero cubierto que se construyó fuera de las murallas. Como impoluto panteón, preside la siempre animada Plaza de la Constitución y acoge un mercado a diario. Comenzamos por una tienda recién aterrizada, la divertida MC2 Saint Barth (en el número 3), donde recibe un globo de cisne sonrosado. Encontramos diseños italianos de todos los colores para hombre, mujer y niño; mayormente bikinis y bañadores. Cuenta con sucursales en otros destinos de ensueño, como Taormina, Porto Cervo, Capri o Mykonos. Entre el gentío de turistas en las terrazas, nos dirigimos a Dharma Ibz (Mestre Joan Mayans, 2), donde la simpática argentina Lupe Alcácer regenta una bonita tienda de textiles y bisutería, con «ropa de playa, para salir o usar en casa» detalla. «Son modelos funcionales, pero con un toque de elegancia». Entre diseños ibicencos y otros más comerciales, comenta las tendencias esta temporada: «Brillos y espalda al aire».
La tarde se puede alargar haciendo una parada en la terraza de Croissant Show, de vuelta en la Plaza de la Constitución (número 2) para catar alguno de sus bocatas o tostas con un refresco. Dos tiendas clásicas se mantienen en una avenida clave, la de Aníbal (Carrer d´Anníbal) conocida comúnmente como la de las farmacias. Son Reserva Natural (Aníbal, 8), con su león de peluche a tamaño natural en movimiento, que atrae todas las miradas y los selfies; y Hitch Ibiza (en el 9), de la misma cadena, justo enfrente. Son sendos stores de ingente material importado de la India: de kaftanes a casacas, anillos, cofres de madera, inciensos de olores… Entre imágenes de budas. Es imposible aburrirse merodeando en su arsenal. Más allá, Hawaianas (en el 3) luce chanclas exclusivas; algunas, con brillantes de Swarowski. Haciendo esquina, en Biscuit (Bisbe Cardona, 1) hay sedosos diseños de moda femenina.
Para alargar la tarde, conviene acercarse hacia el puerto y pasear su larga avenida, coronada por ingenierías de barcos y ferrys, y sacarse una foto en la tienda de Pacha, con sus cerezas. Nina, una artesana con un puesto de pulseras de bronce conoce bien la isla desde que llegó en los 80. «Ibiza murió de éxito», asegura. Se queja de los excesos que cambiaron ciertos aspectos de la isla: «Ya no es lo mismo». Más allá, en otro puesto, un artista parisino vende óleos retro, estilo Keith Haring. Llegamos hasta la vecina avenida, ahora peatonal, de Vara del Rey, entre árboles y buganvillas. Y por último, nos sentamos a tomar un café en la cafetería del célebre hotel Montesol (en el 2), donde se alojaban personajes ilustres. Con tiempo, se puede subir a la azotea y contemplar las vistas a la Dalt Vila. Sobre esta misma avenida se asienta también el mítico restaurante Ca n´Alfredo (en el 16), de cocina típica y de mercado con un Sol Repsol, donde los famosos debajan su impronta en forma de fotografía.
Entre tapas y cócteles
Tras caer el sol, después de la puesta, los turistas acuden al centro y se arremolinan en tres puntos clave. De un lado, los abarrotados bares de las avenidas que dan al puerto. En los aledaños, encontramos la terraza del restaurante L´apéro (Obispo Torres, 1) con un ambiente cool y exquisito olor en los platos que salen de cocina, como el de pimientos verdes con choricito. Allá enfrente, Can Gourmet (Guillem de Montgrí, 18) es una mini-tienda de delicatessen ibicencos (quesos, vinos, jaomes, aceites…) con sabrosos bocadilos. También el ambiente se encuentra en los alrededores de la rampa de Ses Taules hacia la Dalt Vila. Como en la taberna La Bodega (Bisbe Torres Mayans, 2), ideal para tapear sin tener que rascarse el bolsillo y, sorprendentemente, con muy buen servicio. Los bares aledaños se animan en la medianoche, como el vecino La Esquina, con terraza, combinados y tres accesos a tres avenidas. Los más marchosos abandonará en la madrugada para dejarse caer por la sesión de alguna discoteca (Club Chinois, Lío, Pacha…). El tercer punto álgido es la Plaza de España (en la Dalt Vila, atravesando de nuevo la muralla), con terrazas como La Oliva y tiendas que abren hasta la medianoche, como la deliciosa de la diseñadora de joyas Luisella (Santa Cruz, 8). Y así, hasta llegar a lo alto en la Plaza del Sol, donde se enclava otro restaurante con una terraza ideal para tomar carnes a la brasa, con vistas a la ciudad, cócteles (nunca faltan) y la voz rasgada de algún artista nómada a la guitarra inmortalizando el momento. Torciendo la esquina y aprovechando el desnivel, S´Escalinata es el bar en escalera con tapas y cócteles más cool y fotografiado de la isla.
Los partidarios de seguir alargando la noche sin salir de la ciudad podrán perderse por las tiendas y los bares de la calle de la Virgen y los alrededores o lo que queda del barrio gay, ahora desplazado hacia los callejones aledaños a la plazuela de Alfonso XIII. En ella, a los pies de la muralla illuminada en la noche, antaño era habitual encontrar desbordantes gogós con los que fotografiarse. Hoy apenas sobreviven. «La política», justifican unos. «Las quejas vecinales», apuntillan otros clientes como causa de su desaparación. Con todo, allí trasnocha el Mona Lisa (Alfonso XII, 3), penúltimo mohicano en forma de bar con luces de neón, una animada terraza y ambiente. La noche sigue su curso a una temperatura moderada de 26º que invita a llevar indumentaria ligera. Entre los reclamos de los abanicos como alas de mariposas a las puertas de los bares de los callejones más cercanos late en el aire el eterno sueño ibicenco de la inmortalidad.